miércoles, 6 de febrero de 2008

Leer ya no es como antes. Primera parte

<>Por Lucina Jiménez

Durante la segunda parte del siglo XX y el principio del XXI, la no lectura se ha vuelto una obsesión y casi un problema de Estado, no porque éste tenga la cultura como una prioridad nacional, sino porque la lectura aparece como uno de los saldos negativos más acusados de la educación publica y privada y también de la política cultural.

En el año 2000, la OCDE evaluó las habilidades lectoras, con especial énfasis en la capacidad de localizar información específica, hacer inferencias simples, captar relaciones entre componentes, identificar información implícita, mostrar dominio de lectura y valoración crítica. En México, 16% se ubicó en el nivel de incomprensión de textos, 30% quedó en el nivel inferior y menos de 1% logró el nivel superior.

La Encuesta Nacional de Lectura de Conaculta señala que en promedio se leen casi tres libros por persona. Quienes más leen son adultos jóvenes. Sin ánimo de menosprecio, dicha encuesta nos deja con la misma duda. ¿Por qué la mayoría de la población no lee?

De acuerdo con dicha investigación, 40% de quienes dijeron que leían no saben cuál es su libro favorito. El libro más reconocido y con sólo 4% de los opinantes fue la Biblia, el primer libro impreso por Gutenberg en el siglo XV. Luego siguen Juventud en éxtasis, Don
Quijote de la Mancha y Cien años de soledad. El 42% habla de la lectura de libros de texto, es decir, los de la escuela. El 51% no recuerda el último libro que leyó.

La mayoría no gasta dinero en libros ni tiene interés en hacerlo, menos aún cuando el acuerdo al que habían llegado editores, libreros, autores y sociedades autorales en torno del precio único del libro fue vetado por el anterior presidente de la República.


La falta de lectura de textos escritos parece encerrar una preocupación casi civilizatoria porque, desde su invención, la escritura y la lectura de la palabra escrita se colocaron como los
vehículos más importantes de transmisión del conocimiento y la cultura.

El trauma de la desaparición de la antigua Biblioteca de Alejandría acompaña todavía las cruzadas por la lectura, cuya defensa parece asociarse con el firme rechazo de decretar la muerte del conocimiento creado por la humanidad hasta aquí, o al menos a declarar inviable su transmisión a las nuevas generaciones.


En la batalla por la lectura existe una clara conciencia de que no se trata sólo de generalizar la habilidad de conectar letras y palabras. La lectura tiene razón de ser cuando dicha habilidad se produce en un contexto de creación de sentidos y de significados múltiples, cuando lo leído se entrecruza con los conocimientos y las experiencias con las que cada lector se enfrenta a su texto. Es innegable que esta posibilidad existe cuando la frontera del alfabeto ha sido cruzada. En ese sentido, importa incorporar a este proceso a los poco más de 6 millones de mexicanos que aún no rompen la barrera del analfabetismo.

¿La imagen contra la palabra?



El mundo de la imagen ha sido visto por algunos como el asesino de toda tradición asociada con la palabra no sólo escrita, sino incluso hablada. Así, con el surgimiento del cine, se decretó la desaparición del teatro o de la literatura oral. Cuando nació la televisión la sentencia de muerte recayó en la radio, nuevamente en el teatro y en el libro.


Así, la sucesión de tecnologías ha sido vista como una constante amenaza a las prácticas culturales y tradicionales, entre ellas la lectura de libros. No comparto del todo esta sentencia, porque ninguna de esas otras formas de expresión y producción cultural ha muerto y conviven entre sí, a veces interconectadas.


Saramago declaró un día al periódico Reforma: "El poder de la palabra es cuestionado frente al de la imagen, pero una fotografía no basta para explicarse a sí misma, a veces se necesitan mil palabras para ser entendida. Nos masacran con imágenes que a veces no significan nada".

A pesar de la invasión de la imagen, ni el teatro, la radio, la tradición oral o los libros han desaparecido. Más bien ocupan un lugar diferente dentro de la organización cultural de la familia, la escuela y el individuo; se conectan de distinta manera entre el conjunto de nodos que integran las prácticas culturales de millones de ciudadanos.

La lectura adopta muy diferentes formas que a la fecha no han sido validadas como tales por su sentido utilitario y otras porque se ejercen a través de dispositivos no convencionales. Incluso es posible que ahora se necesite leer mucho más que antes, ante el consumo, la publicidad y la especialización del conocimiento.


El reto de hoy no es la contraposición de las imágenes y las palabras, sino las nuevas relaciones existentes entre ambas. Estas se vinculan de manera indisoluble incluso en el mundo del consumo cultural. Las ventas masivas de la saga Harry Potter llevaron a millones de personas a los cines. Los cuentos de Narnia en el celuloide condujeron a muchos jóvenes a la lectura de los libros.


Libro y cine se retroalimentan no sólo en términos culturales, generando ahora la predominancia del lector multimedia, sino a partir de una poderosa industria que ha encontrado en dicho vínculo un campo económico emergente. Pero lo más importante es que la lectura se desplaza hacia lenguajes, formatos y dispositivos antes poco imaginados. Por ello, para acercarnos a la lectura en el siglo XXI, se requiere entenderla en un contexto mucho más amplio que la propia palabra escrita, a fin de escudriñar los fenómenos y prácticas culturales que le rodean, en una época tan ecléctica como la que vivimos y en la que las formas y los contextos de lectura son mucho más complejos y diversos, dada la explosión de lenguas y lenguajes que exigen diferentes formas de alfabetización, nuevas competencias comunicativas y de interacción con la diversidad, la hibridación, la yuxtaposición, la conectividad, la intermitencia y lo efímero.

Los analfabetismos contemporáneos son mucho más amplios y profundos. No se relacionan sólo con la palabra escrita, sino con nuestras escasas capacidades para leer imágenes, símbolos, sonidos, movimientos y otras formas de comunicación que son fundamentales en la llamada era de la "explosión de los sentidos".

Fuente: Diario El Universal
http://www.eluniversal.com.mx/columnas/68458.html

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