
Si está leyendo este artículo hágalo por gusto y no por imposición. El placer por la lectura nace de la seducción de un texto capaz de trasladarnos a realidades imaginarias que proyecten nuestra identidad.
La ambición surge de la necesidad, ya sea de tener o de saber más; el extremo de ambas puede convertirse en avaricia o vicio.
El equilibrio entre saber y tener es el ser, comprender la utilidad de las cosas materiales para llenar los vacíos del espíritu.
Los libros como los viajes ilustran, por eso tenemos la libertad de seleccionar el tema o destino; la lectura y aventura forman parte del camino.
El contenido debe ser interesante, entretenido y útil; de lo contrario sentimos que en vano estamos agotando nuestra vista o perdiendo nuestro tiempo.
Un libro es más económico que un viaje, el primero estimula la imaginación y el segundo los sentidos. Lo ideal es crear un nexo entre el subconsciente y lo tangible para potenciar el poder de la mente y el placer de la sensibilidad.
Dicen que una imagen transmite más que mil palabras, pero si 10 palabras logran generar una imagen nítida, el impacto neuronal es mayor porque el receptor se convierte en creador de la misma y no en un simple espectador.
Hasta para ver películas hemos de simplificar el esfuerzo de pensar, preferimos distraernos con algo más ligero para evadir la realidad en lugar de afrontarla.
A muchos niños se les educa con un sistema de adiestramiento que consiste en otorgar premios o imponer castigos; lo grave es que leer sea el castigo y después de hacer la tarea, el premio sea dejarles ver televisión.
La iniciativa no basta para convertirse en un lector profesional. Comience a leer por hobbie, tenga la voluntad de ir a la librería como cuando busca una agencia de viajes. Pida información, recomendaciones, exprese sus intereses y en un principio déjese orientar.
Una vez que se suba al tren, irá descubriendo que el mundo es más grande de lo que cree y sentirá un gran deseo de conocerlo; el tiempo no es pretexto cuando la inquietud de cultivarse es mayor que la comodidad de pertenecer a las masas.
La globalización explota la capa más superficial del campo visual. El poder lo tiene quien domina el arte de las palabras, más aún si aprende a manipular su imagen. Podríamos considerarnos bilingües; sin embargo, casi nadie conoce al 100% su lengua.
Una biblioteca en casa puede ser una buena inversión. Comience por los clásicos, le aseguro que los revalorará; tenga la disciplina de terminar cada capítulo que empiece. Si cree que ya ha leído lo suficiente, lo reto a que revise la edición que publicó Grijalbo: 1001 libros que hay que leer antes de morir, de Peter Boxall, adaptado al
español por José-Carlos Mainer.
Fuente:
http://srv2.vanguardia.com.mx/hub.cfm/FuseAction.Detalle/Nota.625017/SecID.33/index.sal
La ambición surge de la necesidad, ya sea de tener o de saber más; el extremo de ambas puede convertirse en avaricia o vicio.
El equilibrio entre saber y tener es el ser, comprender la utilidad de las cosas materiales para llenar los vacíos del espíritu.
Los libros como los viajes ilustran, por eso tenemos la libertad de seleccionar el tema o destino; la lectura y aventura forman parte del camino.
El contenido debe ser interesante, entretenido y útil; de lo contrario sentimos que en vano estamos agotando nuestra vista o perdiendo nuestro tiempo.
Un libro es más económico que un viaje, el primero estimula la imaginación y el segundo los sentidos. Lo ideal es crear un nexo entre el subconsciente y lo tangible para potenciar el poder de la mente y el placer de la sensibilidad.
Dicen que una imagen transmite más que mil palabras, pero si 10 palabras logran generar una imagen nítida, el impacto neuronal es mayor porque el receptor se convierte en creador de la misma y no en un simple espectador.
Hasta para ver películas hemos de simplificar el esfuerzo de pensar, preferimos distraernos con algo más ligero para evadir la realidad en lugar de afrontarla.
A muchos niños se les educa con un sistema de adiestramiento que consiste en otorgar premios o imponer castigos; lo grave es que leer sea el castigo y después de hacer la tarea, el premio sea dejarles ver televisión.
La iniciativa no basta para convertirse en un lector profesional. Comience a leer por hobbie, tenga la voluntad de ir a la librería como cuando busca una agencia de viajes. Pida información, recomendaciones, exprese sus intereses y en un principio déjese orientar.
Una vez que se suba al tren, irá descubriendo que el mundo es más grande de lo que cree y sentirá un gran deseo de conocerlo; el tiempo no es pretexto cuando la inquietud de cultivarse es mayor que la comodidad de pertenecer a las masas.
La globalización explota la capa más superficial del campo visual. El poder lo tiene quien domina el arte de las palabras, más aún si aprende a manipular su imagen. Podríamos considerarnos bilingües; sin embargo, casi nadie conoce al 100% su lengua.
Una biblioteca en casa puede ser una buena inversión. Comience por los clásicos, le aseguro que los revalorará; tenga la disciplina de terminar cada capítulo que empiece. Si cree que ya ha leído lo suficiente, lo reto a que revise la edición que publicó Grijalbo: 1001 libros que hay que leer antes de morir, de Peter Boxall, adaptado al
español por José-Carlos Mainer.
Fuente:
http://srv2.vanguardia.com.mx/hub.cfm/FuseAction.Detalle/Nota.625017/SecID.33/index.sal
No hay comentarios:
Publicar un comentario