
Hay un 55% de peruanos que todos los días lee por lo menos un periódico, un libro o la Biblia.
Por Rocío Silva Santisteban
Estimado lector: eres una o uno de los tocados por los dioses en el escaso don de la comprensión de lectura. Las autoridades del Perú se rasgan las vestiduras, los profesores entran en pánico por temor a ser evaluados, los políticos silban descaradamente mirando a un costado, pero la llaga sigue palpitando indemne a los remedios efímeros que solo detienen la gangrena: los niños de nuestro país, nuestros niños, no comprenden lo que leen. Casi nada. Solo deslizan sus ojos chinitos por las líneas, mas en sus noveles cerebros no se desarrolla ni se desarrollará jamás el pensamiento crítico. Al menos que hagamos algo ahora.
La situación es de emergencia. Precisamente porque, a pesar de todo y contra la marea, los peruanos somos lectores en potencia. Una encuesta de la Universidad Católica de abril pasado sostiene que, en realidad, ganas de leer hay en la población. Un 55% lee todos los días por lo menos un periódico, o un libro o la Biblia y un respetable 15% lo hace a través de las cabinas y de Internet. Pero desgraciadamente un 75% acepta que en su casa, con los libros de la abuelita y contabilizando las revistas de moda, no llegan a 50 los ejemplares acumulados durante toda su vida.
Pero ganas de leer no faltan: lo que no hay son posibilidades de desarrollar la lectura por la dificultad de las fuentes de acceso a ella. Porque, eso sí desocupado lector dominguero, si los que dicen que no leen lo están haciendo, es preciso que de una vez salgan de las "estimulantes" lecturas de los diarios chichas, las páginas porno de Internet, o las novelitas de pocas páginas con dibujitos. Como sostiene David Bravo, uno de los conspicuos defensores españoles del copyleft y del acceso libre al libro: "cuando entraba en la tienda y miraba el precio del libro, me daba cuenta de que yo no necesitaba anuncios de televisión que me concientizaran de lo saludable que es para el alma la lectura, yo lo que necesitaba eran 2.500 pesetas".
El poderoso caballero al que se refería don Francisco de Quevedo en sus rimas, el dinero, es el que aún muchos años después sigue imponiendo sus cánones incluso entre los amantes de la libre lectura. Es cierto, se requiere más dinero, pero sobre todo, medidas de gestión de los pocos recursos con los cuales ya cuenta el Perú.
Por ejemplo, a los alumnos de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos no les dejan sacar los libros de la biblioteca. Ni por un minuto. Se trata, eso sí, de aquellos ejemplares únicos, pero desgraciadamente son la mayoría de los comprados desde 1980 en adelante. Los alumnos con sus carnets de biblioteca a la mano solo pueden leerlos in situ. Ni para sacar fotocopias. Cruzando la avenida Venezuela, a los estudiantes tesistas e investigadores que no somos miembros del claustro de la Universidad Católica no nos permiten revisar los libros de su biblioteca –probablemente la mejor del Perú– ni siquiera dentro de su biblioteca, sin previa carta institucional, pago de derechos y los jueves por las tardes, siempre y cuando no sea época de exámenes. Y solo para fotocopiar algunos fragmentos. A los alumnos de la Universidad de Lima no se les permite entrar a ver los estantes de libros sino que deben seguir utilizando el viejo método de llenar el papelito y entregarlo al bibliotecario, lo que, dicho sea de paso, es usual en el resto de bibliotecas universitarias del Perú.
Por otro lado, la sala de acceso no restringido de la Biblioteca Nacional, que sí tiene el método de "estantes abiertos" y un estupendo catálogo muy actualizado on-line, no posee la colección completa de libros de Jorge Luis Borges, digamos, el mínimo necesario para que sea una buena fuente de acceso a la lectura. Si en el Perú queremos leer a un autor como el filósofo Michel de Certeau, se encontrará ocho libros en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, cinco en la Universidad Católica y uno en la Biblioteca Nacional; Michel de Certeau escribió más de treinta, casi todos traducidos al español. Este es el nivel de dificultad y precariedad de las mejores fuentes de lectura en el Perú, ¿cómo será en el resto de bibliotecas?
Uno de mis alumnos, Ronald Vega, ha resucitado una vieja biblioteca parroquial de su barrio, Tablada de Lurín, y a través de una serie de estímulos entre los cuales también se encuentran los audiovisuales, provoca a los chiquillos a que pasen por ahí, revisen los libros, los palpen, los huelan, y aprenden a sentirlos como amigos. ¿Qué requirió él, además de voluntad y persistencia, para fomentar la lectura? El escritor Javier Arévalo comprometió a una serie de escritores para leer "en el patio" de colegios nacionales del cono norte, San Juan de Miraflores, Villa El Salvador, y otros lugares, y de esta manera convencer a los padres, no a los niños, a dejar que sus hijos se tiren sobre su cama con un libro en la mano. ¿Y cómo lo hizo? Persuadiendo a los autores a comprometerse con el otro que hace posible sus propias vidas: el lector.
Si estos sueños se han realizado sin dinero y con voluntad, basta de hipocresía y gritémoslo a boca abierta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de fomento a la lectura desde el Estado peruano?
Fuente: Diario La República
http://www.larepublica.com.pe/content/view/155607/
Por Rocío Silva Santisteban
Estimado lector: eres una o uno de los tocados por los dioses en el escaso don de la comprensión de lectura. Las autoridades del Perú se rasgan las vestiduras, los profesores entran en pánico por temor a ser evaluados, los políticos silban descaradamente mirando a un costado, pero la llaga sigue palpitando indemne a los remedios efímeros que solo detienen la gangrena: los niños de nuestro país, nuestros niños, no comprenden lo que leen. Casi nada. Solo deslizan sus ojos chinitos por las líneas, mas en sus noveles cerebros no se desarrolla ni se desarrollará jamás el pensamiento crítico. Al menos que hagamos algo ahora.
La situación es de emergencia. Precisamente porque, a pesar de todo y contra la marea, los peruanos somos lectores en potencia. Una encuesta de la Universidad Católica de abril pasado sostiene que, en realidad, ganas de leer hay en la población. Un 55% lee todos los días por lo menos un periódico, o un libro o la Biblia y un respetable 15% lo hace a través de las cabinas y de Internet. Pero desgraciadamente un 75% acepta que en su casa, con los libros de la abuelita y contabilizando las revistas de moda, no llegan a 50 los ejemplares acumulados durante toda su vida.
Pero ganas de leer no faltan: lo que no hay son posibilidades de desarrollar la lectura por la dificultad de las fuentes de acceso a ella. Porque, eso sí desocupado lector dominguero, si los que dicen que no leen lo están haciendo, es preciso que de una vez salgan de las "estimulantes" lecturas de los diarios chichas, las páginas porno de Internet, o las novelitas de pocas páginas con dibujitos. Como sostiene David Bravo, uno de los conspicuos defensores españoles del copyleft y del acceso libre al libro: "cuando entraba en la tienda y miraba el precio del libro, me daba cuenta de que yo no necesitaba anuncios de televisión que me concientizaran de lo saludable que es para el alma la lectura, yo lo que necesitaba eran 2.500 pesetas".
El poderoso caballero al que se refería don Francisco de Quevedo en sus rimas, el dinero, es el que aún muchos años después sigue imponiendo sus cánones incluso entre los amantes de la libre lectura. Es cierto, se requiere más dinero, pero sobre todo, medidas de gestión de los pocos recursos con los cuales ya cuenta el Perú.
Por ejemplo, a los alumnos de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos no les dejan sacar los libros de la biblioteca. Ni por un minuto. Se trata, eso sí, de aquellos ejemplares únicos, pero desgraciadamente son la mayoría de los comprados desde 1980 en adelante. Los alumnos con sus carnets de biblioteca a la mano solo pueden leerlos in situ. Ni para sacar fotocopias. Cruzando la avenida Venezuela, a los estudiantes tesistas e investigadores que no somos miembros del claustro de la Universidad Católica no nos permiten revisar los libros de su biblioteca –probablemente la mejor del Perú– ni siquiera dentro de su biblioteca, sin previa carta institucional, pago de derechos y los jueves por las tardes, siempre y cuando no sea época de exámenes. Y solo para fotocopiar algunos fragmentos. A los alumnos de la Universidad de Lima no se les permite entrar a ver los estantes de libros sino que deben seguir utilizando el viejo método de llenar el papelito y entregarlo al bibliotecario, lo que, dicho sea de paso, es usual en el resto de bibliotecas universitarias del Perú.
Por otro lado, la sala de acceso no restringido de la Biblioteca Nacional, que sí tiene el método de "estantes abiertos" y un estupendo catálogo muy actualizado on-line, no posee la colección completa de libros de Jorge Luis Borges, digamos, el mínimo necesario para que sea una buena fuente de acceso a la lectura. Si en el Perú queremos leer a un autor como el filósofo Michel de Certeau, se encontrará ocho libros en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, cinco en la Universidad Católica y uno en la Biblioteca Nacional; Michel de Certeau escribió más de treinta, casi todos traducidos al español. Este es el nivel de dificultad y precariedad de las mejores fuentes de lectura en el Perú, ¿cómo será en el resto de bibliotecas?
Uno de mis alumnos, Ronald Vega, ha resucitado una vieja biblioteca parroquial de su barrio, Tablada de Lurín, y a través de una serie de estímulos entre los cuales también se encuentran los audiovisuales, provoca a los chiquillos a que pasen por ahí, revisen los libros, los palpen, los huelan, y aprenden a sentirlos como amigos. ¿Qué requirió él, además de voluntad y persistencia, para fomentar la lectura? El escritor Javier Arévalo comprometió a una serie de escritores para leer "en el patio" de colegios nacionales del cono norte, San Juan de Miraflores, Villa El Salvador, y otros lugares, y de esta manera convencer a los padres, no a los niños, a dejar que sus hijos se tiren sobre su cama con un libro en la mano. ¿Y cómo lo hizo? Persuadiendo a los autores a comprometerse con el otro que hace posible sus propias vidas: el lector.
Si estos sueños se han realizado sin dinero y con voluntad, basta de hipocresía y gritémoslo a boca abierta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de fomento a la lectura desde el Estado peruano?
Fuente: Diario La República
http://www.larepublica.com.pe/content/view/155607/
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